La
maduración se manifiesta por el cambio de color de las vainas, del verde al
pardo más o menos oscuro. Esto se produce paulatinamente desde las vainas
inferiores a las más altas, aunque con pocos días de diferencia. Al iniciarse
la maduración las hojas comienzan a amarillear y se desprenden de la planta,
quedando en ella únicamente las vainas.
Cuando
la semilla va madurando, su humedad decrece del 60 al 15% en un periodo de una o
dos semanas. La soja puede recogerse con una cosechadora de cereales bien
regulada, con unas pérdidas inferiores al 10%. El momento óptimo de
recolección es cuando las plantas han llegado a su completa maduración,
los tallos no están verdes y el grano está maduro con un porcentaje de humedad
del 12-14%, es decir, cuando el 95% de las legumbres adquieren un color marrón.
Si se retrasa la recolección se corre el riesgo de que las vainas se abran y se
desgranen espontáneamente.
Los
rendimientos de la soja dependen de la variedad, el terreno, las
atenciones de cultivo, el clima, etc. Normalmente se consiguen producciones
medias de unos 4.000 kilos por hectárea. Factores como la mala preparación del
suelo, la siembra en época no adecuada, el uso de variedades no adaptadas, la
presencia de malas hierbas, el retraso en la fecha de recolección, la elevada
humedad de los granos y el equipo de cosecha en mal estado, pueden afectar
negativamente los rendimientos finales de producción.
Son
muchos los aprovechamientos de esta planta, siendo los más importantes
la obtención de proteínas, aceite, lecitina y forrajes. Se cultiva
principalmente para la producción de semillas y la transformación de estas en
harina proteica para la elaboración de piensos animales. El aceite se utiliza
para alimentación humana y para usos industriales (fabricación de margarinas,
mantequillas, chocolates, confitería, etc.).